mayo 30, 2024

A las 07:02

TEC


Josefa Alemán tenía un hijo de 13 años y vivía con su madre cuando se perdió su rastro el 23 de diciembre de 2000.

«Mamá, ábreme la puerta, voy a fumar». Estaba inquieta. Sin dormir. Necesitaba tomar aire, salir. «Pepa, hace frío, humo en el balcón…». Era tarde, ya de madrugada, pero Genoveva, ante la insistencia de su hija, abrió la puerta.

Pepa encendió el cigarro. No había nadie en la calle, todo estaba tranquilo en el municipio grancanario de Santa María de Guía. Genoveva, ya despierta también, no se acostó. Pepa, a petición de su madre, prometió acabarse el cigarrillo y entrar. Era Nochebuena y hacer tiempo, hacer algo, Genoveva comenzó a elaborar sus famosas ‘truchas’, los dulces navideños canarios por excelencia. Entró en la cocina. «Pepa… no estés en la puerta, mujer». Genoveva vino y se fue. Con la mirada fija en la masa, pero la mente en la puerta, la volvió a llamar: «Pepa…», su hija no entró. Cuando salió por ella, minutos después, ya no estaba.

María Josefa Germán El desapareció el 23 de diciembre de 2000. Ella tenía 35 años y un hijo de 13 años. Ambos vivían en la casa de su madre. Ella, separada, estaba pasando por una etapa difícil, tenía depresión. El niño, con un 88% de discapacidad, creció feliz. Nadie sabe cómo, dónde, por qué o con quién. Desapareció, salió de la puerta de su casa. Genoveva, su madre, nunca terminó los dulces. Han pasado 23 años. Pepa, como la llaman los que la quieren, dejó de estar ahí.

Imágenes de Pepa Alemán, cedidas por su familia. | CASO ABIERTO

“Recuerdo el caos de aquellos días”, se echa atrás su sobrina Ariadna: «Lo recuerdo, aunque solo tenía 8 años cuando mi tía desapareció». Junto a su familia, lleva más de dos décadas luchando por encontrar respuestas. «Recuerdo que se produjo un caos tremendo. Desde ese día mi familia se rompió, marcado por el dolorLos días se traducían en buscar, luchar, esperar. Mi abuela (Genoveva) lloraba porque su hija no estaba. La casa estaba llena de fotos…». Manifestaciones, llamadas, medios de comunicación. En casa de Genoveva, de Pepa, de Ariadna, nunca más hubo alegría plena. Nunca más se hicieron ‘truchas’. Nunca más fue Navidad.

perros rastreadores

“Mi padre se fue de casa de madrugada”, recuerda Ariadna, entonces niña, ahora mujer. «Llamó mi abuela, nos despertó: ‘No la encuentro, no la encuentro, no está'». PAGepa acababa de desaparecer. Vicente, el padre de Ariadna -y hermano de la mujer- tomó el auto. En diez minutos empezó el primer latido, el familiar. “Iban a la Guardia Civil, pero en aquellos años había que esperar 72 horas para denunciar.

«Fue en un momento», repitió Genoveva. “Mi abuela había estado con ella en la puerta de la calle, pero empezó a oler a quemado y entró a la casa.

La redada familiar no tuvo éxito. El de la policía se agotó nada más empezar. Intentaron reconstruir sus pasos. “Recuerdo que venían perros de rastreo. Mi abuela vivía como en medio de un cerro y cuando los perros…

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