hace tres décadas, El amor después del amor confirmado a Rosario Rodolfo (Fito) Páez como el auténtico heredero del gran Luis Alberto (el Flaco) Spinetta como un exquisito creador de letras simbolistas y armonías complejas, y de su ídolo Carlos Alberto (Charly) García como creador de melodías imborrables y frases que se quedan grabadas en la memoria.
Pocos discos aguantan salir a rodar varias décadas después y tiene sentido que sus canciones se presenten en el orden que un público fiel guarda celosamente en la memoria. Pienso en la penúltima gira de Juan Manuel Serrat antes de su despedida, resucitando su Mediterráneo tal y como nació hace medio siglo.
Pero fito No venía a jugar con la nostalgia: en sus juveniles 59 (sí, sabemos que es «del 63»), sino para «rodar la vida» con versiones que añadían más potencia, más velocidad, más rock a sus viejos éxitos.
Serpiente de cascabel blanco y negro
Lo primero que me llamó la atención, nada más emerger micrófono en mano tras cantar entre bastidores la primera estrofa del himno al amor que da nombre al disco, fueron los zapatos, en sinuosas rayas en blanco y negro, que se movían. en el escenario como dos irónicas serpientes de cascabel.
Los zapatos hacían juego con las rayas de su camisa y el color crema de una elegante chaqueta y pantalones holgados, y con los lentes oscuros y redondos a través de los cuales dirigía a la poderosa banda que tocaba casi todas las canciones como si fueran las últimas. A cinco minutos de una final de la Copa del Mundo.
El público que llenó el movistar arena No tardaron en levantarse de sus asientos y cantar a todo pulmón los himnos que casi todos se sabían de memoria (o de memoria, como dice la expresión tan certera en inglés).
En Tráfico a través de Katmandú todos bailaban, y en especial un padre en primera fila, con una niñita aullando sobre sus hombros. En Pétalo de Sal se encendieron miles de luces de celulares que se movían al ritmo, como un cielo invertido y musical. En a rodar mi vidaen cada fila camisetas, abrigos y pañuelos se rebozaban en una comunión íntima y compartida.
Desde una posición inusual, al costado y casi en el escenario, un Páez quien cantaba con emoción, se detenía a bailar con sus fans allá abajo, se sentaba a tocar el piano extasiado, dirigía a sus nueve músicos como un director de orquesta sinfónica.
Con el bramido del trombón, la trompeta y el saxo, el incisivo maullido de la guitarra eléctrica, el frenético repiqueteo de los tambores a medida que se acercaba el final de las canciones, agitó sus largos brazos y agitó las mariposas en sus dedos para dar el último compás.
Su sabiduría musical se desplegaba en los momentos lentos, como el guiño al folklore de detrás del muro de los lamentosy su sorprendente don melódico, en pegadizo rock and roll como la rueda magica. El disco mantiene su sorpresa después de treinta años, y Fito y su público habitual lo vivieron como si fuera la primera vez.
loro verde
Después de una breve pausa, llegaron destellos de otras vidas. El mago salió al escenario todo vestido de verde: chaqueta pantalón verde, camisa verde más oscuro, zapatos verdes que esta vez se movían como orugas danzantes. Me costó ver el broche de oro de ese cambio de ropa: las gafas también habían cambiado, con montura verde loro.
Se arrojó con furia el diablo de tu corazon y de nuevo todos de pie y coreando como si su ídolo hubiera marcado un gol. Con 11 y 6, la multitud en la platea y las colinas de asientos cantaban la vida. Y en ritmo de circo el carismático cantante, convertido en director de multitudes, dividió a la audiencia en los de su derecha, a quienes instruyó para que cantaran una «guau hoo»«rodandosonesco según mi amigo y gran melómano Arturo Ledezma. Los que estábamos a la izquierda de él tocamos el dicho «Ritmo de circo».
Nos divertíamos como escolares. Se despidió, pero sabíamos que volvería.
fruitisha rojo
Y volvió, vestido de rojo frutisha, desde los zapatos y los pantalones holgados hasta la flamante chaqueta y, por supuesto, las nuevas gafas. Así, desatado todo, concluimos que es para dary terminó la comunión con mariposa tecnicoloren una potente versión, donde la sutileza del arreglo que permite entender la letra del disco dio lugar a un himno colectivo gritado, que en su fuerza de estremecer los cuerpos representó el espíritu festivo y transformador de todo el concierto.
Al final, los tres atuendos se convirtieron en un símbolo de las tres eras del flaco que movía su cuerpo de manera extraña, hoy retumbando en su piel al borde de los sesenta. Primero fue el creador introspectivo y sutil, luego el exitoso showman que llenó estadios, y ahora, desde la madurez vital de una mariposa danzante, los dos en uno.
el espectáculo de fito paez y su banda fue un hermoso reencuentro, una fiesta de arte y entrega. Cansado como él de tanto bailar, con todas las luces encendidas, sus fans le gritaban «Gracias».
Por robert herrscher
Fotos de Bastián Cifuentes (@periodistafurioso)
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